lunes, 31 de octubre de 2011



Este Gato Negro no podía faltar a la cita en un día como hoy: Halloween o el día de los muertos. Las razones, obvias: soy un gato de pelaje oscuro asociado a las brujas y la magia negra. Los que me conocéis, sabéis que no tengo nada de maléfico –sí, vale, sólo un día me transformé en un monstruo atroz-, pero en términos generales, soy bueno como el pan, de corazón blando y gran sensibilidad. En este día, cuando algunos comen panallets o castañas y otros se disfrazan, yo me voy a reunir con algunos amigos gatunos a contarnos historias de miedo porque, al fin y al cabo, supongo que nosotros no nos asustaremos.

Yo ya tengo preparada mi historia. Me la contaron a mí y yo os la cuento ahora:

"Lucía tenía una gata de pelo blanco, casi albina, y de ojos azulones, cariñosa y ronroneadora, a la que llamaba Nieve. Lucía sentía pasión por su gata y lo que más le gustaba era notarla dormir a sus pies en la cama. Como si de un ritual se tratara, cada noche, al apagar la luz de la mesilla y cerrar los ojos, Lucía podía percibir como la gata saltaba encima de la cama, se acercaba a las piernas de la muchacha, hacia un giro sobres sí misma y finalmente, se deslizaba, dejándose caer con todo su peso sobre las pantorrillas de Lucía. A la muchacha aquel ritual le encantaba: sentir el calor de la gata y el ronroneo posterior que le transmitía en el cuerpo a cuerpo. Y para agradecerle la compañía, Lucía siempre extendía su mano y acariciaba el pelo suave de Nieve. Y así, luna tras luna, compartían el ritual y la cama.

Pero el tiempo pasa inexorable y Lucía crecía a la par que la gata envejecía, hasta que llegó un día en que Nieve no subió a la cama. Aquel día rodaron muchas lágrimas por la almohada y una pena profunda se depositó en el alma de Lucía. Durante años no quiso saber nada de gatos. Sin embargo, un día lluvioso al llegar al portal de su casa descubrió en los bajos de un coche un gatito negro que gemía de miedo y hambre. Lucía había aprendido a no ver a aquellos gatos, a no sufrir por ellos. Pero aquel gato negro parecía tan pequeño, tan indefenso y le miraba con unos ojos azulones que le recordaban a su antigua gata. No puedo evitarlo y lo cogió escondiéndolo entre los pliegues de su abrigo: «Hoy te quedas conmigo, para que no pases frío, pero mañana ya veremos. No quiero encariñarme de ti ».

Pero, obviamente, aquello no sucedió. Aquel gato negro al que llamó Sombra no volvió a la calle y se quedó en la casa. El gato era bueno, aunque no tan cariñoso como Nieve. Era más independiente y ni mucho menos dormía a los pies de su cama, prefería el cestito que le había preparado para ello. De todas formas, muchas noches, Lucía intentaba llevarlo a la cama con ella, pero el felino sólo se paseaba un par de minutos y acababa huyendo del lugar con el rabo erizado.

Sin embargo, una noche al irse a dormir, aquello cambió. Como era habitual, Lucía leyó un rato en la cama y al írsele cerrando los párpados, apagó la luz. Casi al instante, notó los pasos sigilosos de Sombra y cómo éste subía a la cama. Lucía s
onrió.«¡Por fin, Sombra, has decidido hacerme compañía!». Con los ojos cerrados, pero aún con la mente despierta notó como el gato giró sobre sí mismo y se arremolinó junto a sus piernas. Empezó a notar el peso del animal y el calor que le transmitía. «¡Cómo me gusta!», pensaba Lucía. Sólo le faltaba el ronroneo. Pero Sombra no ronroneaba. Así que Lucía sacó el brazo de la sábana para acariciar a su gato, para provocarle un dulce ronroneo. Con la mano extendida deslizó el brazo en busca del cuerpo del animal. Cada vez estaba más cerca del lugar que desprendía el calor, pero al intentar palpar, el corazón de Lucía dio un vuelco. Hubo un pequeño momento de parálisis para, a continuación, encender la luz de la mesilla. Con horror Lucía miró a los pies de su cama y descubrió lo que ya había percibido: la nada. Allí no estaba Sombra. Allí no había nadie. No podía ser. Con el corazón encogido y un sudor frío, Lucía se levantó de la cama y se acercó al cestito. No veía muy bien, pero con las pupilas haciéndose a la poca luz de la estancia, descubrió, hecho un ovillo de pelos, a Sombra, profundamente dormido.

Era un 31 de octubre y Nieve la había visitado aunque no hubiera llegado el invierno".

Para todos los que tenéis gato y sabéis de lo que os hablo.
Próximamente, más y mejores ronroneos.

Play, el gato.

PD: Ilustración de DVD para "Los colores olvidados". Espero que no le moleste que la haya utilizado. Pronto, muy pronto, os volveré a hablar de libros. Sí, de la segunda parte de "Los colores olvidados" y del peso de ser muso. Pero eso será otro día...

Posted by Publicado por Play en 9:22
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