jueves, 24 de diciembre de 2009



Con la Navidad siempre llegan algunos tópicos de la mano: el turrón, el árbol de Navidad, la carta a los reyes magos, las maratones y programas solidarios y, cómo no, la lotería de Navidad. Esa que tiene más tradición que el propio niño Jesús.

Cada 22 de diciembre es ese momento que aúna a más españolitos y ciudadanos en pro de un sueño y deseo: que le toque el gordo. Qué pienso yo que ya se podían unir en pro de algo más importante. Pero, oye, no voy a ser yo el que critique esta actitud. Porque como dicen, el dinerillo no da la felicidad, pero ayuda. Al menos eso piensan algunos humanos…

Así que aquí en Play, algunos se han sumado a tan ancestral tradición y han comprado algún numerito. Y nada más llegar con él entre las manos y con la ilusión de hacer planes imaginarios, se han acercado a mí y me han restregado por mi pelo oscuro el cupón de marras. Su intención bien clara: qué les transmita mi buena suerte. ¡Pobres inocentes! Y no porque yo no atraiga a la buena suerte, porque eso está demostradísimo, incluso científicamente –ejem. Sino porque hay temas que quedan fuera de mi poder gatuno. El azar es volátil, a veces efímero y la mayoría de las ocasiones, muy, muy caprichoso. Así que ante cosas así, mi buena fortuna no siempre funciona. Además, tened en cuenta que este año ya habéis abusado mucho de mí y estoy algo agotado. Necesito vacaciones para recuperarme de tanto darme.

El día 22 mis inocentes muchachos empezaron a escuchar esa especie de mantra navideño que invocan los niños de San Ildefonso. Durante unas horas, hicieron planes imaginarios y se sintieron ricos económicamente –¡lo que hace la mente humana!–, pero sobre todo se sintieron ricos en ilusiones. Lo cual no está nada mal. Tanto es así, que yo propondría que al menos una vez a la semana hubiera una lotería de este tipo, pues todos los humanos ganaríais en ilusión y esperanza, ahora que esta sociedad anda tan necesitada de esas sensaciones.

Pasada la mañana, cuando ya acabó el mantra, no hubo ni cava ni celebraciones. El azar pasó de largo y se fue a otra parte. ¡Ah! Pero amigos, yo soy el gato de la Buena Suerte y tenía reservado un as bajo la pata. No fue el gordo, ni el segundo, ni siquiera un quinto, pero algo si tenía para mis muchachos, un cuponcito premiado. El premio muy, muy pequeñito, pero ya con eso se pusieron contentos.

Y es que me da la sensación que como con la mayoría de la cosas en la vida de los humanos, lo importante, lo que resta no es tanto el dinero o aquello que uno vaya acumulando. Como siempre, al final, lo que cuenta es la ilusión y las pequeñas cosas. Y eso lo compartimos humanos y gatos: el valor de los detalles del día a día, que si un mimo, o una latita, que si una sonrisa de tu compañero o un beso de quien te ama.

Y aquí lo dejo, porque si no me pongo tierno. Por si no nos vemos antes, felices fiestas. Y el próximo año, prometo más Playete, más uñas afiladas, más crítica constructiva y más buena suerte, pero sobre todo, y eso es cosa vuestra, os pido más ilusiones. ¡Confío en vosotros, humanos!

Play, el gato.

PD: ¡Gracias, Marta, por el regalito de la imagen de esta entrada!

Posted by Publicado por Play en 6:41
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viernes, 18 de diciembre de 2009


Queridos lectores:

Hace mucho tiempo que no escribo, así que hoy entono el mea culpa. Pero como no voy a estar pidiendo mil y una disculpas —porque al fin y al cabo, esto lo hago por placer, y no por obligación—, os voy a contar cosas de las últimas semanas. Tengo múltiples anécdotas para llenar varias entradas, pero vayamos por pasos y una a una que si no me estreso.

Estas últimas semanas, he estado tan ocupado que sin darme cuenta ya tenemos aquí la Navidad, esa maravillosa época de buenos deseos y de paz. ¡Ja! El año pasado tuve tiempo de prepararme mentalmente y de esputar de esta época que me crispa hasta los tuétanos. Sin embargo, este año ha llegado sin más, sin previo aviso, eso sí acompañada de una ola de frio siberiano que me tiene bien helado. Total, sólo falta la nieve para vivir una dulce y bucólica Navidad. ¡Paparruchas!

Hablando precisamente de frío y de Siberia, ayer escuché una noticia, donde explicaban que un pueblo de las estepas soviéticas estaba sin calefacción por culpa de uno de mi especie. Según los periodistas, el gato había provocado un cortocircuito en la central térmica dejando a sus habitantes humanos a 18º bajo cero dentro de sus casas. ¡Va! ¿Quién se cree que un pobre gato pueda provocar tal calamidad? O el gato es un superhéroe o esas centrales no son ni muy modernas ni muy seguras ¿Porqué opción os decantáis? Yo lo tengo clarísimo. Defendiendo a los míos hasta la muerte.

Os cuento esta anécdota porque los gatos tenemos muy mala prensa. Qué si somos ariscos, qué si somos unas fieras, qué si somos unos independientes –que no independentistas—, qué si somos esto o aquello, y encima, vamos dejando congelados a los humanos… En definitiva, que el gato no es demasiado querido y aún menos, si es negro. Suerte que para eso están mis muchachos para hablar bien de los gatos y, especialmente, de mí. Tanto escribir agradecimientos en el libro que han hecho, tanto hablar de mí en radios y presentaciones, tanto nombrarme aquí y allá que creo que me voy a hacer famoso. ¡Por fin, saldré del ostracismo de gato de oficina! A este paso, de aquí a poco, habrá decenas, cientos de periodistas agolpados a las puertas de Play, esperando una declaración de este gato que os escribe. Flashes, empujones, micros y preguntas: ¿Cómo se siente un gato siendo protagonista?, ¿qué representa ser una fuente de inspiración?, ¿qué supone ser un gato de la Buena Suerte?, ¿qué opinas del libro? ¡Seré la nueva estrella! ¡Seré el gato escritor! ¡El primero en la historia! Pero, uff, pensándolo mejor, esto va a suponer mucho trabajo. Sólo de pensarlo, empiezo a bostezar y a abrir la boca hasta enseñar mi tráquea. ¡Qué pereza! Creo que esto de ser conocido no va mucho conmigo. ¡Prefiero la mala fama que ser perseguido! Entonces como respuesta a algunos medios, yo pasaría de largo y les diría que poco me interesan sus preguntas ni la fama adquirida, porque para mí lo importante es seguir con los míos, repartiendo cariño y, si de paso inspiro un libro, mejor que mejor. Con la humildad por delante, que siempre he sido un gato bueno y educado y a estas alturas nadie va a cambiar ni mi temple, ni mi compostura de gato de oficina. Y a quién no le guste, ¡paparruchas!

Próximamente, más y mejores ronroneos.
¡Y vivan los colores, incluído el negro!

Play, el gato.

PD: David, gracias por el retrato con mi libro preferido "Los colores olvidados y otros relatos ilustrados"

Posted by Publicado por Play en 5:12
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