lunes, 31 de octubre de 2011



Este Gato Negro no podía faltar a la cita en un día como hoy: Halloween o el día de los muertos. Las razones, obvias: soy un gato de pelaje oscuro asociado a las brujas y la magia negra. Los que me conocéis, sabéis que no tengo nada de maléfico –sí, vale, sólo un día me transformé en un monstruo atroz-, pero en términos generales, soy bueno como el pan, de corazón blando y gran sensibilidad. En este día, cuando algunos comen panallets o castañas y otros se disfrazan, yo me voy a reunir con algunos amigos gatunos a contarnos historias de miedo porque, al fin y al cabo, supongo que nosotros no nos asustaremos.

Yo ya tengo preparada mi historia. Me la contaron a mí y yo os la cuento ahora:

"Lucía tenía una gata de pelo blanco, casi albina, y de ojos azulones, cariñosa y ronroneadora, a la que llamaba Nieve. Lucía sentía pasión por su gata y lo que más le gustaba era notarla dormir a sus pies en la cama. Como si de un ritual se tratara, cada noche, al apagar la luz de la mesilla y cerrar los ojos, Lucía podía percibir como la gata saltaba encima de la cama, se acercaba a las piernas de la muchacha, hacia un giro sobres sí misma y finalmente, se deslizaba, dejándose caer con todo su peso sobre las pantorrillas de Lucía. A la muchacha aquel ritual le encantaba: sentir el calor de la gata y el ronroneo posterior que le transmitía en el cuerpo a cuerpo. Y para agradecerle la compañía, Lucía siempre extendía su mano y acariciaba el pelo suave de Nieve. Y así, luna tras luna, compartían el ritual y la cama.

Pero el tiempo pasa inexorable y Lucía crecía a la par que la gata envejecía, hasta que llegó un día en que Nieve no subió a la cama. Aquel día rodaron muchas lágrimas por la almohada y una pena profunda se depositó en el alma de Lucía. Durante años no quiso saber nada de gatos. Sin embargo, un día lluvioso al llegar al portal de su casa descubrió en los bajos de un coche un gatito negro que gemía de miedo y hambre. Lucía había aprendido a no ver a aquellos gatos, a no sufrir por ellos. Pero aquel gato negro parecía tan pequeño, tan indefenso y le miraba con unos ojos azulones que le recordaban a su antigua gata. No puedo evitarlo y lo cogió escondiéndolo entre los pliegues de su abrigo: «Hoy te quedas conmigo, para que no pases frío, pero mañana ya veremos. No quiero encariñarme de ti ».

Pero, obviamente, aquello no sucedió. Aquel gato negro al que llamó Sombra no volvió a la calle y se quedó en la casa. El gato era bueno, aunque no tan cariñoso como Nieve. Era más independiente y ni mucho menos dormía a los pies de su cama, prefería el cestito que le había preparado para ello. De todas formas, muchas noches, Lucía intentaba llevarlo a la cama con ella, pero el felino sólo se paseaba un par de minutos y acababa huyendo del lugar con el rabo erizado.

Sin embargo, una noche al irse a dormir, aquello cambió. Como era habitual, Lucía leyó un rato en la cama y al írsele cerrando los párpados, apagó la luz. Casi al instante, notó los pasos sigilosos de Sombra y cómo éste subía a la cama. Lucía s
onrió.«¡Por fin, Sombra, has decidido hacerme compañía!». Con los ojos cerrados, pero aún con la mente despierta notó como el gato giró sobre sí mismo y se arremolinó junto a sus piernas. Empezó a notar el peso del animal y el calor que le transmitía. «¡Cómo me gusta!», pensaba Lucía. Sólo le faltaba el ronroneo. Pero Sombra no ronroneaba. Así que Lucía sacó el brazo de la sábana para acariciar a su gato, para provocarle un dulce ronroneo. Con la mano extendida deslizó el brazo en busca del cuerpo del animal. Cada vez estaba más cerca del lugar que desprendía el calor, pero al intentar palpar, el corazón de Lucía dio un vuelco. Hubo un pequeño momento de parálisis para, a continuación, encender la luz de la mesilla. Con horror Lucía miró a los pies de su cama y descubrió lo que ya había percibido: la nada. Allí no estaba Sombra. Allí no había nadie. No podía ser. Con el corazón encogido y un sudor frío, Lucía se levantó de la cama y se acercó al cestito. No veía muy bien, pero con las pupilas haciéndose a la poca luz de la estancia, descubrió, hecho un ovillo de pelos, a Sombra, profundamente dormido.

Era un 31 de octubre y Nieve la había visitado aunque no hubiera llegado el invierno".

Para todos los que tenéis gato y sabéis de lo que os hablo.
Próximamente, más y mejores ronroneos.

Play, el gato.

PD: Ilustración de DVD para "Los colores olvidados". Espero que no le moleste que la haya utilizado. Pronto, muy pronto, os volveré a hablar de libros. Sí, de la segunda parte de "Los colores olvidados" y del peso de ser muso. Pero eso será otro día...

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martes, 13 de septiembre de 2011



¡Cumpleaños feliz! ¡Cumpleaños feliz! Te deseas a ti mismo, Playete, cumpleaños feliz.

No podía caer en mejor día mi cumpleaños que en un estupendo martes 13 para hacer honor a mi negrura y mi buena suerte. Sí, hoy es mi cumpleaños. Un año más viejo y ya van diez. Parece mentira que el tiempo pase tan rápido, incluso para un felino a los que se presupone que se ralentizan las horas y los días.

No voy a hacer balance de estos diez años porque sería un aburrimiento para vosotros (siestas, gente que entra, gente que sale de Play, más siestas, traslado, latitas de los viernes, el blog y mi estreno como escritor, más siestas) y además acabaría rápido, como habéis podido comprobar. No voy a hacer una lista de las múltiples cosas que me han aportado mis muchachos y tampoco voy a preguntarle a ellos porqué sé que no van a contestar –llamadme descreído-, pero nada de eso importa.

Tampoco voy a hablar de promesas futuras, tan típicas por otra parte de este mes de septiembre, inicio de curso, de año. No, no voy a hacer promesas que luego no pueda cumplir, que me de pereza… No, porque la vida cambia y no puedo poner mi patita sobre ningún fuego –aiss, qué me quemo- por nada en este momento.

Así que sin hablar de pasado ni de futuro, ¿qué me queda? Hablar de presente. Y el mío es este. Tal cual, con lo bueno y con lo malo. Disfrutando de lo primero, aceptando lo segundo. Y en ese estado de paz, sólo existe este momento en que os escribo estas líneas, en las que disfruto de expresarme y también de meter caña a los humanos. Pero, hoy tampoco voy a ser duro con vosotros. Es mi cumpleaños y quiero ser bondadoso… Más de lo que soy habitualmente.

¡Qué mejor día que el de hoy para regresar a mi blog, después de estas largas vacaciones que os espero explicar en breve! Pero como decía, hoy me quedo con este instante. Tal vez , no tenga tarta con velitas –aunque una latita extra o golosinas no estaría de más. Tal vez, no tenga felicitaciones a raudales –aunque me consta que en facebook me han dejado unas cuantas, incluso gente a la que no conozco personalmente, pero es que ya se sabe que tengo mucho carisma… En realidad, todo eso está genial, ¿a qué felino o humano no le gusta que le recuerden? Pero lo mejor es que estoy aquí. Que alguien me rescató y vine a parar a este lugar. Que recibo mimos a raudales y que a pesar de algún achaque en forma de bolas de pelo tengo una salud de hierro. Lo mejor es que tengo ganas de seguir repartiendo cariño, de seguir arañando en el alma humana, de explicaros anécdotas de mi día a día. En definitiva: ¡LO MEJOR ES QUE ESTOY AQUÍ! ¡Y CARPE DIEM!


Próximamente, más y mejores ronroneos.
Play, el gato

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viernes, 22 de julio de 2011



La semana pasada os explicaba que no había manera de que saltara de las faldas amigas y de su entrañable compañía. Pero los felinos somos tan nuestros que nos llevamos la contraria incluso a nosotros mismos. Así que estos días me ha dado por sentarme en la salita, con la única compañía del sofá. ¡Arrggg, se está tan bien! Me estiro, me retuerzo, doy vueltas sobre mí mismo y qué gustito. ¡Esto es vida, humanos!

En realidad, esto de apartarme es una manera de irme preparando, de irme desapegando de mis muchachos cuando llega el verano. ¡Ah, pero este año hay novedad! No es porque mis muchachos se vayan turnando para hacer vacaciones. ¡No! Este año el que se toma un descanso soy yo. ¿Os acordáis del centro de desintoxicación humana que visité aproximadamente hace un año? Pues allí me voy, pero no a una cura, sino simplemente a una estancia de reposo –sí, ya sé lo que estáis pensando, ¿más reposo aún, Playete?

Sí, un poco de reposo, de distancia, que siempre es bueno para todas las partes. Porque tomarte tu tiempo, tu espacio es muy necesario. Un tiempo exclusivamente para ti, sin nadie más de los que suelen pulular por tu entorno. Hay a quién no le gusta, yo diría que porque les asusta estar solos consigo mismos, pero sinceramente creo que es un sano ejercicio. Así que me voy. Dejo a los conocidos de cada día y me voy con otros: he convencido a algunos gatos amigos empezando por Don Vito, que descansará de Abril y sus achuchones; Fellina, que necesita urgentemente que le asesore en ademanes y educación para que deje de salvajear a sus amos. También se nos unirán en esta pequeña aventura de descanso Iris, la dulce gatita de nuestro querido Conserje Jubilado, y a Muffin, que quiere descubrir mundo más allá de la calle Rogent. Por supuesto, vendrán otros felinos que no conocéis aún: Duc, Lio, Pili, Mimo y, seguro que alguno más se vendrá con nosotros. Echaremos en falta a Yupp, pero siempre lo llevaremos en nuestro recuerdo por lo que compartimos, por lo que nos dejó, que fue mucho. Demasiado diría yo y, por eso, se le sigue echando de menos.

¡Me estoy imaginando estas maravillosas vacaciones! ¡Esto puede ser tremendo! Ya os contaré nuestras historias por ese retiro espiritual, donde madrugar está prohibido, al igual que pasar hambre. Donde la única regla es descansar y tumbarse en la hierba, perseguir moscas y pajaritos y ronronear todo lo que podamos.

En realidad, estas vacaciones haremos lo que hacemos siempre, pero triplicado. Eso sí, sin faldas amigas. Pero sé que cuando vuelva, después de esta ausencia y en previsión de que las echaré de menos, retornaré por mis fueros con más caña que meter, pero con más cariño para repartir. ¡Felices vacaciones!

Ronroneos estivales para todos.
el gato Play

PD: Foto by Montse y agradecer la cámara a Carlos... De este personaje os hablaré cuando vuelva de vacaciones... ¡Más de una entrada va a protagonizar, lo veo venir!

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viernes, 15 de julio de 2011



Hay gatos a los que no les gusta que se les acerquen, que les toquen, que invadan su espacio vital. Igual que muchos humanos. Hay otros, sin embargo, que somos todo lo contrario: nos gusta que nos toquen –excepto los niños, de eso ya hablamos-, que nos soben, incluso, que nos acuchen cuanto más mejor. Es una sensación de éxtasis plena, de ronroneos sin tregua. Y, está claro, que yo soy de estos últimos.

La cuestión es dar con humanos que sean de tu misma condición para que así puedan satisfacer esta necesidad de acercarse y de estar piel a piel, mejor dicho, en este caso, de piel a pelaje. Aquí en Play hay un poco de todo, eso es lo bueno. Y los hay tipo “mejor no me toques”, los hay de “tócame pero solo un poquito”, los de un buen achuchón y los hay sobones como yo.

Y no sé qué pasa este verano pero estoy más mimoso de lo normal. Yo, de carácter natural, soy así, pero este año es demasiaó y quiero más compañía de lo normal. En general, al llegar este tiempo suelo evadirme en el sofá de la salita –así está él, lleno de pelos y hasta desteñido de mi negrura-, pero esta vez es diferente. No abandono las faldas amigas y es que tienen un no sé qué tan cómodo y tierno que es inevitable no invadir ese espacio vital y pasarme horas y horas ahí estirado. Sí, lo sé, esas faldas amigas tienen mucha paciencia porque han de aguantar un calor extra, pelos y pelos y un peso considerable, porque aunque en verano me pongo a régimen, uno pesa sus casi 6 kilitos. Así que imagínate lo que es aguantarme las jornadas de 8 horas con 6 kilos sobre las piernas. Por eso, desde aquí quiero agradecer la paciencia de esas faldas amigas. Ahora, que también hay que reconocer que ellas lo disfrutan. ¡Soy una gran compañía!

Yo, ahora como agradecimiento, me ha dado por lamerle a la chica de mis faldas preferida. Sí, lo sé, entre humanos no es normal lo de lamerse –al menos, no en público, ¿verdad?-, pero yo soy gato y puedo dar un lametón –o varios- como gesto de cariño. Pero ya no solo es eso, sino que en cuanto entra por la puerta me lanzo a mi muchacha, para amarrarme a sus espaldas y pasearme un rato subido en sus hombros. Sí, lo sé parece que tenga síndrome de loro, pero me encanta estar ahí. Es otra perspectiva diferente, bien alto, casi como los humanos. Desde ahí todo se ve diferente. Nuevamente agradecer a quién me aguanta, porque son 6 kilitos como he dicho que se apalancan en la espalda. Después de un rato de ronroneos, ya me lanzo y me voy a dar un paseo. Un paseo breve, eso sí, hasta que pueda tomar nueva posición en las faldas amigas.

En definitiva, así paso mis jornadas estivales, temiéndome que llegue el momento en que mis faldas preferidas se vayan de vacaciones. Pero, como decía antes, en Play hay de todo y estoy seguro que habrá otras faldas que me acogerán con cariño.

Y es que queréis que os diga: el contacto con tacto –sin molestar al otro- es lo mejor. A veces siento lástima por los humanos que os olvidáis que estáis hechos de piel y que tocar forma parte de lo normal. ¡Anda, sobaros todos un poquito más! Acercaros al otro, abrazarlo, darle cariño. Sentirlo. Descubriréis que con el contacto se derriban murallas de miedo y se abren puertas a la emoción y al conocimiento.

Consejo de Playete.

Próximamente, más y mejores ronroneos.

PD: En la foto, esa cosa negra de grandes ojos soy yo enfaldao cómodamente sobre una de mis muchachas. ¡Qué agustito que estoy!

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viernes, 1 de julio de 2011



Los niños, mi pequeño gran problema. Sí, lo sé, no tiene mucho sentido. Yo que soy dulce y bueno, suave y cariñoso, de repente, dejo de serlo cuando veo a los pequeños humanos. No sé que será: sus ademanes continuos, sus movimientos rápidos, sus carantoñas un tanto violentas, no lo sé, el caso es que los niños y yo no nos llevamos bien.

Y eso es un problema porque, ¿habéis oído ese dicho que dice que si no quieres sopa, pues toma dos tazas? Pues eso, los niños van en aumento. Será que mis muchachos están en edad de procrear y por aquí empiezan a rondar demasiados niños. El otro día vinieron los peques del jefe y, claro, eran seis manos intentando acariciar al minino. Ante tal placaje, me escondí detrás de un portátil, parapetado para evitar ser tocado. Pero nada, la curiosidad de los niños es inmensa –yo diría que más que la de los felinos- y venga a intentarme buscar las cosquillas. Yo aguanté estoicamente sin bufarles, sin sacar ni una sola uñita afilada, pero en cuanto pude, corrí para esconderme debajo del sofá, mi guarida secreta, donde nadie puede molestarme. ¡Y es que son los hijos del jefe! Que por mucha confianza que yo le tenga a Efrén, a ver quién es el guapo que le dice que no me gustan sus niños. Y entenderme, no es que no me gusten sus niños, es que no me gusta ninguno.

Luego, de vez en cuando, también viene otra de las peques Play, la rubia Abril –que no puede ser más diferente a mí en cuánto a pelaje se refiere. Afortunadamente, aún es pequeña y me respeta. Pero, esperaros a que crezca un poco porque con lo espabilada que está, en un tiempo me estará persiguiendo y tirando de la cola como sé que le hace al pobre y paciente Don Vito… Ya te lo pronostiqué, amigo.

Pero ya es que no sólo son los niños Play, que mira, habrá que aguantarlos y tolerarlos, es que además ahora ya me reclaman los niños de la calle. Sí, como oís. Resulta que eso de salir a la puerta a ver lo que se cuece en el exterior ha provocado que los vecinos de enfrente, un par de enanos de no más de 4 años, me hayan cogido cariño y me hayan adoptado como mascota. Total, que ahora de repente, se presentan de vez en cuando a ver al gatito. Y a mí no me queda más remedio que aguantar sus carantoñas.

Y encima para más inri últimamente me quieren embarazar a más de una por aquí. Muchachos, no seáis crueles conmigo y no me deis estos sustos, que uno empieza a ser mayor para estas noticias.

La cuestión se resume en lo siguiente: si muchas veces ya no entiendo a los adultos, ¿cómo voy a entender a esos clones de sus padres y de sus madres con unos palmos menos de estatura?

Y después de mucho pensar en alternativas para superar esta fobia: ¿Terapia de choque con decenas de niños? ¿Huir como un condenado siempre que vea a un pequeñajo? ¿Ser estúpido y sacarles las uñas? ¿Resoplarles?, he llegado a una conclusión: haré como los humanos, que para eso me los conozco bien, y actuaré con aplomo y diplomacia. Y cuando se vayan, entonces volveré a mi blog y me desahogaré con vosotros. Sé que me sabréis perdonar la confianza.

Además, pensándolo fríamente, algún día esos niños crecerán y entonces yo los podré tolerar. Será cuestión de tener paciencia. Aunque viendo a los adultos tal como están, no sé si prefiero los tocamientos constantes de los niños o la esquizofrenia extraña de los adultos. Así pues, un consejo, pequeñuelos: disfrutad de vuestro tiempo que siendo adultos lo vuestro no tiene arreglo…

Entrada dedicada a Carla, Om, Kai, Abril y los niños vecinos.

Próximamente, más cañeros ronroneos.
Palabra de Play.

PD: Ilustración by DVD... ¡Gracias por el dibujín! Se nota que conoce el tema.

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viernes, 10 de junio de 2011



Hoy hace tres días que por las mañanas oigo un maullar muy cercano a Play. El primer día, no le di importancia, pensé que sería una gatita en celo o un felino que se aburría. El segundo día a la misma hora, más de los mismo: Miaaauuu, miaaaauuu… Esta vez sonó más a lamento, pero nada podía hacer. Yo estaba en Play y no podía salir para averiguar. Pero hoy hemos vuelto con la misma cantinela: Miaaauuuu, miaaauuuu… Esta vez también sonaba a desespero y, entre intrigado y cansado de escuchar durante horas esos maullidos, he aprovechado un momento en que levantaban la persiana de Play para salir corriendo al exterior.

Ya en la calle, el maullido se ha vuelto más fuerte y he empezado a buscar de dónde procedía. Olisqueándolo todo, con mi mirada agudizada, pero de poco ha servido. Ya estaba a punto de darme por vencido, cuando se me ha ocurrido mirar hacia arriba y, efectivamente, en el edificio frontal a Play, en un tercer piso, un felino joven e inexperto maullaba desde el alfeizar de la ventana. Al verme se ha sorprendido y yo un poco también, para que negarlo. No veo habitualmente a los de mi especie. Total, que hemos empezado un diálogo de Miauss que os paso a transcribir:

-¿Qué te pasa Gatito que llevas tres días maullando con lamento?

-Es que soy nuevo, un recién llegado y echo de menos a mi madre y mis hermanos.

-¿Qué edad tienes?-le pregunté aún a sabiendas de que debía ser joven

-Apenas 2 meses. Y quiero volver con ellos ¡No entiendo a los humanos!

-Tal vez pueda ayudarte. Llevo unos cuántos años conviviendo con ellos. Cuéntame.

- ¿Por dónde empezar? Por ejemplo, no entiendo porque no me dejan rascar.

-Es que los humanos no se afilan las uñas, ellos son más finos y se hacen la pedicura. Para ganarte el afecto de tus amos, es mejor que no rasques mucho. Eso sí, siempre te puedes buscar un rincón escondido y allí rascar a gusto. Al menos hasta que lo descubran.

-Vale, tomo nota. ¿Y qué hago con eso de tener que meterme en una caja para ya sabes…? Para hacer esas cosas… No estoy acostumbrado y la caja me da miedo. Con esa puerta batiente que parece que se me vaya a tragar o a lanzarme despedido.

- Pues eso, en el fondo, tú también lo llegarás a apreciar. Los gatos somos seres muy limpios y tener nuestro rincón para ello es lo mejor. No molestamos a nadie ni nos molestan cuando estamos en ello. En esos momentos, se agradece un poco de intimidad, ¿verdad? Algún día lo valorarás.

-Sí, puede ser, pero sigue sin gustarme la caja… Tengo más dudas ¿Y por qué no puedo morder como le hacía a mis hermanos? Me gusta jugar y mis amos no me lo permiten. Sólo me hacen carantoñas y me llaman: mi niño, mi bebé guapo. ¡Si yo no soy de su especie les repito constantemente!

-Es que los humanos son más delicados y no les gusta jugar de esa manera. Lo mejor que puedes hacer para ser amigo suyo es sentarte en sus faldas y ronronearles mucho.

-¡Uff, qué aburrido! ¿Pero entonces para que quieren un gato? Si ya saben cómo somos ¿por qué luego intentan cambiarnos y transformarnos en supuestos seres civilizados como ellos? Por mucho que me cuentes, sigo sin entender a los humanos.

-Gatito, ya verás como con el tiempo te harás a ellos. Dales un poco de margen. Te acabarás acostumbrando…

Y mientras decía esta frase y me despedía del gato, me asoló un pensamiento al ver a mis muchachos: Eso no es verdad, Playete. Jamás te acabas de acostumbrar a los humanos. No hay quién los entienda. Pero cómo los vamos a entender si a veces no se entienden entre ellos y, lo que es peor, la mayoría de las veces, no se entienden ni sí mismos.

Palabra de Playete.
Próximamente, más y mejores ronroneos.

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viernes, 3 de junio de 2011



Os dije la semana pasada que próximamente –o no- habrían más entradas del gato Play. Pues para demostrar una vez más lo raros que somos los gatos, hoy me presento de nuevo ante vosotros. ¡Y sólo ha pasado una semana! Y os estaréis preguntando –o no- ¿qué le ha pasado a Play que vuelve a teclear con frenesí el ordenador para contarnos sus andanzas? Pues en realidad no ha pasado nada o ha pasado mucho. Sí, estoy contradictorio, lo sé. Pero es que la verdad no ha sucedido nada extraordinario, pero el otro día me abordó un pensamiento: con todo lo que tengo que maullar y el tiempo que pasa inexorablemente, como puedo estar dejando escapar los días sin escribir más a menudo.

Así que me tengo que poner las pilas y teclear sin parar. Porque sí, porque somos mortales, tenemos fecha de caducidad y hay que aprovechar ese tiempo. ¡Eso sí, sin estresarme! Porque eso es lo que os ocurre a los humanos, que tanto carpe diem pa’arriba y pa’abajo que al final estáis más mareados que otra cosa. Es decir, voy a aprovechar mi tiempo y voy a despaparruchar todo lo que haga falta en este blog porque uno es finito y hay demasiado por contar. Por eso, me perdonará alguna de mis muchachas cuando invado su ordenador. Ha de entender que es el ansia por comunicarme lo que me hace saltar encima de sus teclas sin tener compasión por lo que esté haciendo. Tal vez, tenga que plantearle al jefe un netbook para mi solito porque esto de invadir los ordenadores ajenos al final me traerá un disgusto. ¡Hasta dormido me quedo encima de los teclados de lo mucho que estrujo mis neuronas gatunas!

Por lo tanto, tal vez ahora mis entradas no serán tan largas –o sí-, no serán tan trabajadas ni tan estilosas –¡si es que tengo una pluma! Pero no de la que estáis pensando, aunque a veces se dude de mi hombría gatuna. Tal vez, las entradas no sean tan profundas o aún lo serán más, el caso, es que pienso escribir. Porque aquí está este rincón que no puede caer en el olvido, al menos, para mí. Y al mal tiempo, la mejor cara que tengo. ¡Esta primavera que está haciendo estragos! Hay quien se nos mete a política, quien se nos enamora, quien se nos pone en huelga personal, quien le da por dibujar sin parar, a quien le da por dejar de fumar y otros –como cada primavera-por adelgazar, a quien retoma antiguos proyectos apasionantes y quien hace planes y posterga y posterga y posterga… Así que basta de postergar, de dejar para mañana todo lo que tengo que hablar y voy a escribir. Aunque a veces haga calor y el clima esté enrarecido, aunque no sea el mejor momento, aunque no esté bien visto, aunque no esté de moda, aunque no tenga casi seguidores. Porque lo que tengo claro es que si uno hace las cosas de corazón –aunque sea felino- todo toma una nueva dimensión. Así que vamos a dar un poco de luz a tanta sombra que para oscuro ya está mi pelaje.

Y si mis muchachos ayer se fueron de teatro, a distraerse un rato, yo también aprovecharé festejaré mi decisión de retomar con brío de nuevo este blog. Porque aunque me quiera callar, muchas veces los hechos más mínimos dan para una buena historia, o al menos, para una humilde entrada. Como humilde es éste, vuestro gato escritor, Playete.

Próximamente, más y mejores ronroneos.

PD: Lo dicho, voy a ver si me camelo al jefe y que me ponga un punto de trabajo para mi solito con su mesita ikea, su netbook –no me hace falta un Mac, tú tranquilo -y su lamparita y a ronronear a gusto mientras escribo. Creo que con unos cuantos mimos no sé podrá negar… ¿Qué pensáis? ¡Uy, pero será dentro de un rato porque ahora me está entrando una pereza! Me voy a echar una siesta encima del teclado. Está tan calentito… Frenesí, sí, pero ahora toca descansar.

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viernes, 27 de mayo de 2011



Tengo esto muy abandonado. No puede ser. Siempre os he advertido que no podéis esperar mucho de un felino. Por naturaleza, la pereza nos puede, pero creo que últimamente me estoy pasando y el pobre blog está en fase declive total. Y mirad que no es que no tenga cosas que contaros, porque aquí en Play y en el mundo, en general, siempre están pasando cosas, que son interesantes filtrar por mi sapiencia gatuna.

Están siendo tiempos extraños, de revoluciones sociales –o eso quisieran algunos y otros, evidentemente, no-, de sangres alteradas por el calor recién llegado y eso que dicen que hasta el 40 de mayo no te quites el sayo. ¡Pues yo ya estoy en fase "hecho pelos por todas partes" y cada vez me molesta más sentarme en las faldas amigas! Con este calor lo mejor es dejarse caer en un sofá de la salita y esperar a verlas llegar.

Sin embargo, ante mi letargo, jóvenes y ancianos, mujeres y hombres, se levantan –¡por fin!- en este país exigiendo cambios que permitan a las personas vivir con esperanza. Sí, porque en esta sociedad, quien menos o quien más lo está pasando mal porque no tiene trabajo, no puede pagarse un alquiler o lleva la hipoteca como soga al cuello. Pero ellos no son los únicos indignados, también lo estoy yo. Indignado en mis carnes –aunque ya me cuelguen-, en mi alma –aunque ya he visto de todo-. Sí, lo estoy porque me pregunto cómo con la que está cayendo, hay gente que se dedica a observar y a amenazara a aquellos que dan de comer a mis hermanos que viven en la calle. Así que yo también estoy indignado con esas colonias de gatos, en concreto con quienes las gestiones porque no se mojan y con algunos vecinos que hostigan a los otros por ayudar a mis congéneres. ¡No tendrán mejores cosas que hacer! ¡Esto parece el mundo al revés!

Y ante esta indignación, cómo proseguir, cómo dejar que esas ideas se plasmen en algo real. En definitiva, ¿cómo actuar después? Algunos ven la solución en la política. Y si no que se lo pregunten a Efrén que se nos ha presentado para alcalde de Barcelona. No lo ha conseguido, pero eso de meterse en política le ha dado un chute de energía. ¡Si es que sois más raros! Otros mientras tanto buscan soluciones en la imaginación y la fantasía, y sino preguntarle a algunos de mis muchachos que ya están empezando a empapelar Play con nuevas historias de mi alter ego Gato Negro.

Yo no lo tengo muy claro, pero os diría que se ha de continuar intentándolo. Cuando el diálogo no funciona, no hay que dejarse amedrentar. A veces tendrá que ser con precaución, con nocturnidad –sin alevosía, claro está-, pero vosotros seguid al pie del cañón si la causa es justa. Eso es lo que hacen en esas colonias de gatos de las que os he hablado. Siguen ahí, cuidando de mis hermanos menos afortunados porque a palabras necias, oídos sordos

Así pues ¿qué vais a hacer después de tanta indignación? ¿Os quedaréis aletargados, de brazos cruzados, como yo con el blog o llevaréis a la acción vuestras ideas e imaginación? ¡Venga, no me seáis gatos!

Próximamente o no, más y mejores -eso seguro- ronroneos.
Palabra de Play, el gato.

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viernes, 18 de marzo de 2011



Soy el que soy, aunque a veces dude de mi mismo como ha ocurrido los últimos días. Y es que hay que ver cómo nos dejamos llevar por lo que digan los demás hasta perder nuestra verdad. Así pues os paso a describir unos hechos reales, que me acontecieron en días pasados. No sé porque extraña razón alguien empezó a propagar aquí en Play la idea de que un servidor había perdido los dientes. Sí, tal como lo oís, alguien, no recuerdo quien comentó que me faltaban los dientes superiores y que solo conservaba los colmillos, cual chupa-sangre. Yo nunca me he preocupado por lo que tenía o tengo, pero entonces empecé a notar que me miraban diferente, algunos con pena, algunos incrédulos. Y yo cada vez me notaba más compungido, sintiendo pena de mi mismo. ¡Porqué me estaba sucediendo eso a mí!

Así que a partir de ese momento, empecé a engullir el pienso en lugar de mascarlo. Si tocaba latita con tropezones, los dejaba de lado, los retiraba e incluso llegue a plantearme dejar de comerla –con lo que me gusta a mí la latita de los viernes como bien sabéis. Si me daban una chuchería, la comía lentamente por los costados no me fuera a hacer daño. En fin, cambié mis hábitos y mis gustos porque alguien había dicho que me faltaban los premolares. Sin dientes ya no podía ser el mismo y viendo la lástima que despertaba en los demás, poco a poco fui asumiendo la realidad. Y es que de tanto repetirlo, ocurrió: me acabé viendo a mi mismo como un gato desdentado, de esos gatos que por mil motivos han perdido la dentadura. Sólo me quedaba un último paso para asumir esa realidad: mirarme al espejo. Sí lograba mirarme, aceptaría lo que ocurría. Así que salté a la pica del lavamanos en el baño y me miré en el espejo. Y lo que quise ver era exactamente eso: un gato que había perdido sus piezas dentales. ¡Horror! ¡Desdicha! Nuevamente maullé desconsoladamente: ¿¿¿Porqué a mi???

Y cuando yo ya había pasado por la rabia, el dolor, la tristeza y la aceptación, se produjo la revelación. Una de esas tardes alguien puso cordura en aquella situación. Marta oyó aquello de gato desdentado y en seguida me cogió y me abrió la boca para demostrar que aunque pequeños, allí tenía mis dientes, al igual no muy limpios y con sarro, pero de una sola pieza y eficaces para mascar y mordisquear. ¡No era un gato desdentado! ¡Sentí alivio! ¡Sentí alegría! Casi me tiro encima de ella para agradecerle el sentido común, que hubiera demostrado la realidad, que por fin volvía a ser yo.

Fue curioso experimentar que yo a mi mismo me hubiera visto como los otros quisieron verme. ¡Qué malo eso de tener poca autoconfianza en uno mismo! Pues al final acabas siendo consecuencia de lo que opinan los demás, de lo que quieren que seas y no el auténtico Playete. Lo más extraño es que nunca había oído que esto le pasara a un felino. ¿Cómo es posible que incluso me mirara al espejo y no viera lo que tenía delante? ¿No es un poco neurótico? Ya lo digo yo siempre, esto de convivir con tanto humano me está desquiciando. Afortunadamente, siempre, siempre hay alguien que te recuerda tu verdad. «¡No perdamos nuestra esencia, Playete!», será mi grito de guerra a partir de este instante.

De nuevo, dar las gracias a Marta por la sensatez que mostró y por este dibujín cual draculín. ¡Tú si que sabes!

Próximamente, más y mejores ronroneos.

Play, el gato.

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