Soy el que soy, aunque a veces dude de mi mismo como ha ocurrido los últimos días. Y es que hay que ver cómo nos dejamos llevar por lo que digan los demás hasta perder nuestra verdad. Así pues os paso a describir unos hechos reales, que me acontecieron en días pasados. No sé porque extraña razón alguien empezó a propagar aquí en Play la idea de que un servidor había perdido los dientes. Sí, tal como lo oís, alguien, no recuerdo quien comentó que me faltaban los dientes superiores y que solo conservaba los colmillos, cual chupa-sangre. Yo nunca me he preocupado por lo que tenía o tengo, pero entonces empecé a notar que me miraban diferente, algunos con pena, algunos incrédulos. Y yo cada vez me notaba más compungido, sintiendo pena de mi mismo. ¡Porqué me estaba sucediendo eso a mí!
Así que a partir de ese momento, empecé a engullir el pienso en lugar de mascarlo. Si tocaba latita con tropezones, los dejaba de lado, los retiraba e incluso llegue a plantearme dejar de comerla –con lo que me gusta a mí la latita de los viernes como bien sabéis. Si me daban una chuchería, la comía lentamente por los costados no me fuera a hacer daño. En fin, cambié mis hábitos y mis gustos porque alguien había dicho que me faltaban los premolares. Sin dientes ya no podía ser el mismo y viendo la lástima que despertaba en los demás, poco a poco fui asumiendo la realidad. Y es que de tanto repetirlo, ocurrió: me acabé viendo a mi mismo como un gato desdentado, de esos gatos que por mil motivos han perdido la dentadura. Sólo me quedaba un último paso para asumir esa realidad: mirarme al espejo. Sí lograba mirarme, aceptaría lo que ocurría. Así que salté a la pica del lavamanos en el baño y me miré en el espejo. Y lo que quise ver era exactamente eso: un gato que había perdido sus piezas dentales. ¡Horror! ¡Desdicha! Nuevamente maullé desconsoladamente: ¿¿¿Porqué a mi???
Y cuando yo ya había pasado por la rabia, el dolor, la tristeza y la aceptación, se produjo la revelación. Una de esas tardes alguien puso cordura en aquella situación. Marta oyó aquello de gato desdentado y en seguida me cogió y me abrió la boca para demostrar que aunque pequeños, allí tenía mis dientes, al igual no muy limpios y con sarro, pero de una sola pieza y eficaces para mascar y mordisquear. ¡No era un gato desdentado! ¡Sentí alivio! ¡Sentí alegría! Casi me tiro encima de ella para agradecerle el sentido común, que hubiera demostrado la realidad, que por fin volvía a ser yo.
Fue curioso experimentar que yo a mi mismo me hubiera visto como los otros quisieron verme. ¡Qué malo eso de tener poca autoconfianza en uno mismo! Pues al final acabas siendo consecuencia de lo que opinan los demás, de lo que quieren que seas y no el auténtico Playete. Lo más extraño es que nunca había oído que esto le pasara a un felino. ¿Cómo es posible que incluso me mirara al espejo y no viera lo que tenía delante? ¿No es un poco neurótico? Ya lo digo yo siempre, esto de convivir con tanto humano me está desquiciando. Afortunadamente, siempre, siempre hay alguien que te recuerda tu verdad. «¡No perdamos nuestra esencia, Playete!», será mi grito de guerra a partir de este instante.
De nuevo, dar las gracias a Marta por la sensatez que mostró y por este dibujín cual draculín. ¡Tú si que sabes!
Próximamente, más y mejores ronroneos.
Play, el gato.
viernes, 18 de marzo de 2011
Posted by Publicado por
Play
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5:05
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2 comentarios:
simplemente genial, me ha encantado! cuanta razón tiene este gato!
¡Es que soy el que soy!¡Vamos un gato muy sabio! Gracias por el comentario, Desiree.
Un lamentón de lengua estropajosa,
Play, el gato
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