En estos aún calurosos días del final de verano en que inauguramos mes de septiembre, curso o año, mis pelos caen menos y voy recuperando apetito y peso, me fui a visitar a mi amiga Muffin. ¿Qué no os he hablado nunca de ella? ¡Pues hoy es un buen día para hacerlo! Es una gatita que vive cerca de aquí, de la oficina-casa que habito, y con la cual comparto tardes de pienso y agua y sobre todo largos maullidos sobre el mundo y los humanos.
Muffin es una gata joven aún, pequeñita en sus formas y tímida en su actitud, de verdes ojos y piel atigrada. Vamos una pocholada de felina. ¡Pero no penséis mal! Ambos estamos debidamente esterilizados y lo nuestro es simple y grandemente amistad.
Con ella comparto breves ratos en los que suele ser habitual hablar de nuestros amos respectivos. Claro que como yo tengo muchos –mis muchachos de la agencia- a veces puedo resultar un poco pesado y acaparar la conversación. Pero ella me disculpa.
Ir a ver a Muffin es una salida a la monotonía del día a día, una monotonía muy cómoda, pero a veces tremendamente insulsa. Y justamente estaba pensando sobre esto en una de las visitas a casa de Muffin, cuando ella y yo pudimos observar cuan extraños a veces nos seguís pareciendo los humanos. Que Muffin aún se sorprenda, lo puedo entender: es una gata bisoña, pero ¿yo? Yo ya soy un gato maduro, sabio y filosofo, pero aún así, los humanos jamás dejáis de sorprenderme –para bien o para mal, esa es la cuestión.
Allí estaban dos humanos jóvenes hablando de sus vacaciones y de su vuelta a la realidad, cuando se sucedió una conversación que hablaba de ganas de cambiar de vida, que hablaba sobre deseos de empezar de nuevo, que trataba sobre sueños y anhelos –¡Aiss, qué típicos son esos comentarios entre los humanos a la vuelta de vacaciones! Ambos compartían esos sentimientos, pero al mismo tiempo ellos mismos se ponían trabas: el trabajo, la seguridad –ja, me rio yo de eso de la seguridad-, la familia, las amistades y así podía surgir una larga lista de excusas, en el fondo, de miedos ocultos. Muffin y yo nos miramos y casi no hizo falta que maulláramos porque ambos nos entendimos y pensamos: ¡No puede ser! Ellos, los humanos, que tienen libertad para escoger, para moverse como les plazca y hacer lo que quieran para salir de la tediosa monotonía, no lo hacen y, nosotros, los felinos, a los que por tradición se nos presupone animales de carácter libre, cuando la ejercemos no nos sentimos plenos, pues la mayoría de las veces preferimos el calor del hogar, las faldas de la amita y la compañía de los humanos. ¿No os parece bien curioso? Los humanos, que la tenéis, no la disfrutáis y los gatos que la ejercemos, no nos logra satisfacer.
Por cierto, hablando de curiosidades, durante este pasado mes de agosto este blog cumplió dos años. No lo celebré porque soy terrible para acordarme de fechas, nacimientos, onomásticas y demás. Pero sí, ahora hace dos años que mis muchachos me picaron y me dijeron: ¿A que no te atreves a contar tus historias, Playete? ¿Atreverme yo? ¡Pues claro! Así que llevo dos años y 50 entradas. Vale, no son muchas, pero ¿qué podéis esperar de un animal por instinto perezoso? En cualquier caso, estoy contento y como si fuera un regalo, totalmente inesperado, el humano que cuida de Muffin nos ha escogido entre los 5 blogs más recomendables de la blogosfera. ¡Ahí es nada! ¡Y eso con sólo 50 entradas!
Y volviendo a la libertad de la que hablábamos antes, ahora me la tomo para decirme a mí mismo: ¡Felicidades Playete! ¡Vivan los gatos filósofos y escritores, es decir, viva yo mismo!
Muffin, dale las gracias a tu amo y a los dos os dedico esta entrada, al igual que a todos aquellos que perdéis unos minutos en leer lo que este gato vive, piensa y escribe.
También agradecer a Marta y a David sus ilustraciones para este blog -como la de hoy mismo de mi muchacho- porque estas historias de un gato no serían lo mismo sin sus magníficos dibujos y retratos del protagonista.
¡Gracias!
Próximamente, más y mejores ronroneos.
Palabra de Playete.
viernes, 10 de septiembre de 2010
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Play
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