2:30h. Noche cerrada en Play. El vecindario en el mayor de los silencios. Hace calor, pero una suave brisa estival se cuela por la ventana.
Yo duermo tranquilamente sobre mi butaca favorita. Sueño con lindos gatitos, con el recibimiento del lunes por la mañana, con las faldas ajenas que me protegen. ¡Es un agradabilísimo sueño! De repente, oigo un estruendo. En un primer momento, no sé si es en mi sueño o es externo. ¡Qué pereza más grande abrir los ojos! Así que para no despejarme del todo, entreabro solo uno, pero lo vuelvo a cerrar. La pereza me vence. Pero, otra vez, un golpe más fuerte. Esto ya no es normal. Parece que el ruido proviene de la persiana de atrás. ¡Me extraña que alguien venga a estas horas, pero en Play todo puede pasar! Así, que todo contento y ufano me dirijo hacia la puerta para recibir unos cuántos mimos y atenciones. Sin embargo, cuando me acerco, descubro con sorpresa que los que entran no son caras conocidas ni amigas.
¿Y ahora qué? Mi primera reacción es salir corriendo con el rabo entre las piernas, pero no, debo ser valiente y defender mi territorio.
Sigilosamente y parapetado por la oscuridad de la noche, me dirijo hacia esos extraños. Intentando no asustarme de mi propia sombra, me acerco y veo que empiezan a tocarlo todo. Abren armarios, revuelven las cosas y yo sin saber qué hacer. Está claro que son unos ladrones, pero no sé si de poca monta.
Mientras pienso en algún plan, sucede algo que me hace actuar con premura. ¡Están toqueteando el armario de mis latitas! Y ya sabéis que mis latitas son sagradas y no me las toca nadie. En este momento, cual felino con la boca abierta, los dientes afilados y las uñas preparadas me tiro a las piernas extrañas. Como son humanos y no ven nada en la oscuridad, al notar algo entre sus piernas y los mordiscos aquí y allá, el ladrón empieza a gritar. El que le acompaña se asusta al oír a su compañero y ya tenemos a dos personas huyendo. Así es como este gato superhéroe consiguió de la manera más ancestral y sencilla echar a estos ladrones de su hogar.
Después de este incidente, hay que extraer dos conclusiones: la primera, es que los gatos engañamos. Podemos parecer inofensivos, monadas y peluchadas, pero cuando nos vemos en peligro podemos desatar al gran felino que llevamos dentro. La segunda conclusión es que cuando uno ve peligrar realmente lo que quiere, lo defiende a uñas y dientes. Insisto, a mi nadie me tocas mis latas. Al fin y al cabo, veis, humanos y gatos no somos tan diferentes.
Curiosamente, mis muchachos creen que los ladrones huyeron porque la alarma saltó. No seáis incrédulos, que quién os salvó –bueno, salvó vuestro trabajo-, fui yo. Así que ya sabéis, a cambio me debéis unos cuántos mimos extras y una latita de más.
No paséis mucho calor y ánimo con los cuentos porque como ya sabéis a mí también me gusta mucho fabular sobre la realidad. Si necesitáis ayuda, contad conmigo.
Playete, el gato superhéroe.
Próximamente, más y mejores ronroneos.
PD: ¡Felices vacaciones Teo! A la vuelta me cuentas que tal son los gatos suecos y del norte de Europa, en general. Me gustaría conocerlos en persona, pero como soy tan vago y tan malo para meterme en el cajetín y viajar, me tengo que conformar con lo que me expliquéis los demás.
viernes, 24 de julio de 2009
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viernes, 10 de julio de 2009
Apreciados lectores y blogueros,
De nuevas estoy aquí con aires renovados. Bueno, para que vamos a engañarnos, sin aires renovados, pero ya tocaba volver a escribir. Era mi obligación y para una que tengo no puedo faltar tanto a ella.
Esta semana ha sido el cumpleaños de una mis muchachas y esto me ha hecho pensar en la importancia de la edad. Para los gatos, el tiempo es algo completamente relativo. Supuestamente, tenemos siete vidas, pero ¿y cuántos años tiene cada vida? Hay quién dice que cada año de vida gatuno equivale a siete humanos. Y siempre estamos de vuelta con el siete.
El problema viene cuando uno no sabe con exactitud cuando ha nacido. Eso es algo imposible para los humanos actuales. Tengo entendiendo que vuestros antepasados a veces si dudaban de la edad que tenían, pero ahora todo está milimétricamente controlado y sabéis no sólo el mes, el día, sino que también la hora y el minuto exacto. Sólo falta que al nacer os entregaran una carta astral explicando cual va a ser vuestra personalidad y vuestro destino. Es lo que tiene la sociedad tecnológica. Pero, claro, yo que a saber de quién soy hijo, no tengo ni idea en que mes nací y, el año, creo que hará unos ocho, pero en realidad, no estoy muy seguro.
Pero, tal vez, sea mucho mejor así, pues de esta manera me evito las obsesiones que tienen algunos humanos con la edad. Los que son adolescentes se ponen años para aparentar más y entrar en cualquier antro o discoteca. Las personas mayores los esconden cada vez que les preguntan, aunque a veces algunos detalles los delaten. Los únicos que parecían inmunes a lo de la edad eran los jóvenes. Pero, no, ahora, los que cumplen 30 también entran en periodo de recesión y desearían volver a los veinte. Total, que visto lo visto, prefiero ser un ignorante y no saber mi edad. Ya se sabe, la ignorancia da la felicidad.
El único inconveniente a este detalle es que no tengo derecho a celebrar mi cumpleaños y ves, en esto sí que me fastidia, porque en esto los humanos os lo habéis montado muy bien. Por vuestro cumpleaños, os coméis una buena tarta, con deseo incluido como si fuera una lámpara mágica, con la única diferencia de que encima esta os la zampáis. Además, os surten de regalos, de felicitaciones y de atenciones. Sois los máximos protagonistas una vez al año. Y con eso ya tenéis suficiente, porque sino esos egos se agigantarían y tampoco os conviene en exceso. Valorarse está bien, caer en la idolatría propia sería demasiado.
En cualquier caso, lo que yo sí echo en falta es ese detalle de soplar la vela de la tarta y algún presente de vez en cuando. Por esta razón, a partir de ahora, he decidido lo siguiente: cada vez que uno de mis muchachos cumpla años, yo también lo celebraré con él. ¿No sé supone que cada año gatuno son siete humanos? Por tanto, yo al menos, me merezco siete cumpleaños al año. Así que los siguientes prepararos, porque la próxima vez, yo también apareceré en la foto compartiendo plano junto a la tarta y las velitas.
¡Ah! Y, por supuesto, pediré un deseo… Ja, pero lo tenéis claro, si pensáis que os lo voy a contar.
Próximamente, más y mejores ronroneos.
PD: ¡Feliz vacaciones Marta y Francesc!
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